Bicentenario: Justo para pedir disculpas

Lo protocolar, histórico y oficial del festejo del bicentenario, está tan escondido y poco difundido, que resulta casi imposible saber que está pasando y por donde pasará el hilo conductor de la conmemoración. Por mi parte, me interesa mucho saber cual será el grado de reconocimiento tendrá el hombre natural de la patria, en un festejo que cuenta en su haber, con el despojamiento sin vergüenza alguna de sus tierras, su idioma, religión y cultura. Me costaría pensar que en medio de la conmemoración del definido perfil e historia de este país, no apareciera la voz sensible y razonable, para dar el lugar debido y merecido a los aborígenes de esta porción de tierra. Imagino, que seguramente, El Ministerio de Educación, la Secretaría de Cultura y el Instituto de Cine y Artes Visuales, deben tener en cuenta, en caja y bien guardadas aq uellas obras artísticas, dedicadas a pueblos originarios, las películas y registros escritos que existen en los museos, bibliotecas y coleccionistas particulares. Muchos de ellos, conseguidos, clasificados y conservados con subvenciones del estado argentino. Me resultaría extraño, grosero y mal intencionado, si entre los millones que se gastarán –y bien hecho está- no tuviéramos un “sencillito” de los Mapuches, Huarpes, Diaguitas, Comechingones, Pilagás, Chorotes, Guaraníes… Y quiero decirlo, escribirlo y mostrar mi exigencia, antes que el acto de celebración esté consumado. Porque después, no habrá marcha atrás, ni reivindicaciones o pedidos de perdones válidos, para disculparse. Tampoco quiero, que la nota sea tomada o utilizada como crítica abierta o solapada, contra el gobierno, los encargados de hacer los festejos o de los des prevenidos de siempre. Quiero ajustarme, eso sí, a tener en cuenta y valorar a quienes matamos, asaltamos, violamos y robamos, para llegar a ser un pueblo floreciente y rico. Tampoco es el fin, que sean homenajeados en ombre de los pueblos originarios, aquellos aborígenes que se resignaron a su suerte y se convirtieron en milicos o pordioseros al servicio de la clase burócrata que dominó y domina el país. Porque si se homenaje ara a aquellos desgraciados en nombre de los demás, estaríamos demostrando que nada hemos aprendido en un largo trayecto de 200 años. Quiero que se mezcle el criollo y el gringo, el rico y el pobre, los residentes extranjeros, los enfermos, los poderosos y los débiles, los soldados y el pueblo civil, los héroes intachables y los cuestionables, los docentes y los alumnos, los que tienen poder y los que no tienen n i una tira de tela para taparse el rabo… Pero allí, en medio de todos ellos, los que heredaron los beneficios de aquellas canalladas, deben estar en una pequeña tarima, pero por encima de todos: Los pueblos originarios. No habría Bicentenario de Patria, si no hubieran perdido ellos, sus legítimos derechos por culpa de las balas y el filo de los machetes y sables. No habría festejos para un Bicentenario de país hecho, organizado y europeizado, si no hubiera cuasi desaparecido su lengua, su cultura y su religión. Tenemos en la mano, la posibilidad –no solo de reivindicarnos- si no, de dev olver algo del TODO que les robamos. Aunque más no sea, cumplir con lo mil veces prometido y jamás cumplido, de entregar una parcela de terreno fértil, salud y educación. Que aunque no sean sus terrenos, ni su machi y ni siquiera su lengua, servirá para paliar en algo la hambruna, el olvido y el horror que les hemos hecho vivir por más de dos siglos. Juro que es el momento justo para decirlo y hacerlo. No dejemos que pasen cien años más, para cumplir con una obligación ineludible, si querem os ser un país serio- mejor dicho- un país en serio