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Fuimos, mejor dicho, somos, el producto de una historia que dispuso de nosotros. No, lo que nosotros quisimos o hubiéramos soñado.
Por eso me exijo –y hago pública- una reflexión que nos de la posibilidad de cambiar la suerte de los que vienen pechando para entrar.
Y me digo, nuestra suerte no debe atar a la de los que vendrán como si fuera un sino. Debemos hacer el esfuerzo, imponernos la obligación de replantearnos un nuevo futuro. Y no estoy pensando en todos los habitantes de nuestro país, escribo pensando en los que sorteamos los cincuenta –y aunque vivimos un determinado país- no nos disculpa de asumir responsabilidades y gestar (o ayudar) a conseguir un nuevo horizonte para nuestros nietos.
Debemos hacer el esfuerzo para vencer las nimiedades y egoísmos con que siempre fundamentamos nuestros pequeños odios y envidias, para denostar, vituperar y acusar sin sentido crítico o de construcción. Desatarnos de las cadenas de juzgamientos rápidos y a ojos vistas, sin tener un mínimo de sentido común y de análisis meduloso sobre los involucrados.
Evitar por todos los medios, no caer en el facilismo aquel: “Para qué está el gobierno”.
El gobierno debe estar atado a las necesidades de los habitantes de país. Debe ser el espejo de nuestras ideas y el ejecutor de las mejoras para la mayoría. Nunca es para todos, siempre es para una mayoría.
Ningún país del mundo, por más adelantado que sea, deja de tener necesitados y pobres.
Los países que más atienden a sus habitantes y son los más ricos del planeta, deben doblar año a año sus esfuerzos, para contener con subsidios a los más necesitados, que son mínimos y jamás alcanzan para cubrir las necesidades de salud, estudios y habitad.
Las riquezas de un país son las comprobaciones más claras que las tecnificaciones compulsivas -sin preparación de los obreros- dejan, marginan a los humanos, arrojándolos a la subsistencia que responsabiliza al gobierno, cuando en realidad, esos parias son el producto de las empresas particulares.
Nadie llega a la perfección en un gobierno.
Hay una muestra clara –nuestra, de muchos- que utilizamos la verdad implícita para evadir, violar, transgredir y disociar cualquier obligación, fundamentando esa actitud, con el facilismo: “Total, ellos roban y nadie les dice nada”.
Y la cosa no es así. Porque si lo fuera, su hija, sus hijos, harían “cosas” que total mis padres hacen… ¿No le parece?
Tampoco en este caso, existe la perfección, pero…
Un país no cambia, si no cambia la sociedad.
El gobierno puede lograr mejoras en la economía, fortalecer las instituciones, acentuar la democracia, ordenar el tránsito…
Lo que no puede, ni le dejamos la chance, es de educarnos como sociedad.
El gobierno, no puede hacer nada si usted cruza una plaza pisando el pasto, si cruza la calle por el lugar prohibido, si rompe, ensucia y roba los baños públicos, si no cuida a sus hijos, si no se preocupa por la instrucción de su prole…
Porque esas, son responsabilidades individuales; y aunque le impongan multas, si usted no quiere cambiar: No cambiará y seguirá dejando mensajes para sus hijos, vecinos y población erróneos o equivocados.
Y lo malo, es contagioso. Tan clara es la situación, que contagiosa es una enfermedad, por ejemplo. Por eso, debemos reconocer que estamos enfermos, que no caminamos las mismas sendas que la lógica obligaría a un pueblo dispuesto a cambiar su historia.
Por el contrario, hacemos lo imposible para convertirnos en el ser visible, capaz de no cumplir con nada y pedirlo todo.
Seguramente y a esta altura del escrito, ya hay quién no coincide porque deberá dejar de lado, muchas de esas “franquicias extras”, que la vida diaria le ofrece.
No hacer aportes sociales, guitarrear en vez de estudiar, cambiar situaciones para beneficiarse, estacionar donde no se puede, adelantarse en las colas, pisar los sueldos hasta el diez, acomodar su situación aunque perjudique a miles, despotricar contra el gobierno, aunque no tenga nada que ver…
Creernos el centro de las obligaciones gubernamentales, nos hace fanáticos opositores, no críticos lúcidos o predispuestos. Por tanto, somos factibles de ser cooptados por los discursos que hablan de las cosas que deseamos oír o que no mencionan a los problemas, y mucho menos, que nos digan que para lograr tal cosa, habrá que hacer tal esfuerzo.
“El ladrón que mata, hay que matarlo”. Esta frase recorrió el país y el mundo.
Salió de Argentina, eso sí, si el que cometió el delito es nuestro hijo, entonces, es culpa del gobierno que no da seguridad, buena educación y que sus políticas erráticas no pensaron en contener a “nuestro” hijo.
O peor, buscaremos la manera más a mano – no importa cual- para hacerlo zafar…
O no?
Entonces, como no estamos exentos de nada, tal lo está el gobierno…
¿No sería bueno, buscar la forma de cambiar nosotros?
En una de esas, las cosas que reclamamos y necesitamos, lleguen un poco más rápido.
No hablo de afiliarnos, participar activamente en política o cumplir la tarea de un héroe, solo hablo de mejorar nosotros, nada más o… Nada menos.
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